Podemos preguntarnos, ¿con qué habríamos de trabajar, pues, si no es con lo que las familias nos traen a terapia? Pero es importante recalcar esto: hay que trabajar con lo que la familia trae, que es siempre lo que hay, no lo que debería haber y no está.
Esto implica, también, que no podemos sustituir el empeño que ellos pueden poner para cambiar, yendo nosotros, como operadores, más lejos de lo que ellos están en disposición de querer.
En ocasiones, los profesionales, por una mala gestión de su ansiedad, tienden a empujar más de lo que empuja la propia familia, quizás porque ven muy claramente dónde se encuentra el quicio en que se produciría el cambio. Lo ven y lo quieren así, más allá de lo que la familia desea.
Por eso, este empujar es, la mayor parte de las veces, un chocar contra una pared inamovible; y si la pared no se mueve, ¿por qué hemos de gastar energías intentando que lo haga? ¿O que lo haga en este momento? El movimiento inicial de acomodación suele ser un instrumento efectivo para comenzar ese trabajo de futuro.
Poco a poco, los agentes irán calibrando la flexibilidad de los usuarios para aceptar el reto que supone el movimiento hacia el cambio y hacia la transformación de esa historia construida en torno del problema.
El operador sistémico habrá de esforzarse para llegar a ser un experto en detectar la flexibilidad o rigidez del sistema, que revela si existe la posibilidad -o no- de que el sistema cambie tras una intervención terapéutica. Esto no se capta en una primera sesión, sino en el transcurso del mismo proceso terapéutico, cuando los cambios no se producen o los usuarios no hacen las tareas o las hacen a desgana o el mismo operador siente que está en un impasse como agente de cambio.
Es muy importante que partamos de la idea básica de devolver a los usuarios su propia e intransferible responsabilidad sobre sus vidas.
Nosotros, los operadores, somos tan sólo acompañantes en el proceso, agentes capaces de ayudar movilizar los recursos de las familias, nunca los nuestros. Esos no sirven, o al menos no sirven cuando no son los que la familia nos trae.
Sucede a menudo, en algunas situaciones especialmente dolorosas o en otras especialmente claras, que el agente tiende a hacer un sobreesfuerzo de actividad para no sentirse mal consigo mismo. Revela así su baja tolerancia a la ansiedad y a la incertidumbre, que es el territorio donde el operador navega. Siente, en tal caso, que su propia capacidad es la que está siendo puesta a prueba y que, por tanto, debería estar haciendo algo para que la familia lo juzgue como competente y capaz.
Todo ello tiene que ver con sus propias emociones, que con lo que le ocurre a la familia, aunque sea esto último lo que gatille tan ansiedad profesional. Tiene que ver, pues, con lo que despierta esa familia en el profesional. Y este es un dato a tener en cuenta para entender la totalidad del sistema agente-familia, la delegación, las expectativas de unos y otros, las expectativas que sobre su oficio tiene el operador, etc.
Aprender a tolerar la incertidumbre y habituarse emocionalmente a ella es un indicador significativo de progreso profesional.