La nostalgia es un sentimiento que nos liga al pasado con la imaginación; buscando el enfermizo placer de sostenernos en un estado letárgico y vivir en un tiempo detenido, caduco y ya ido, sin proyectos, sin planes. La nostalgia se apodera de la vida para envenenarla con imaginaciones improbables. El malestar actual tiene en esa remem
oración su más peligrosa tentación, la añoranza. Conviene resistirse a ella como a una fruta envenenada.
Sin embargo, la naturaleza propia de la palabra escrita es la de esforzarse por mantener en la memoria aquello que en la vida es fugaz y transitorio. En cierta medida, las páginas que uno escribe son un ajuste de cuentas con el tiempo y su paso leve, un ejercicio clandestino de nostalgia y también, a veces, una prospección imaginaria de aquel porvenir que podría haber sido y nunca fue.
La soledad nos vuelve hacia la nostalgia. Echamos de menos algo que perdimos o creímos perder y deseamos devolverlo a la vida desde la rememoración imaginada de la ocasión ida. La nostalgia es casi imposible en la infancia, pero siembra sus semillas en la adolescencia, cuando el hombre comienza a volverse melancólico, y germina en la madurez, que es el tiempo en que entra en sazón.
La nostalgia, pese a lo dicho, es literariamente creativa, porque cierta literatura, como ocurre también en el ritual, se basa en la repetición.
