Buena parte de nuestra vida la hacemos pensando en el futuro, como si ésta no fuera a acabársenos jamás. Casi todo lo que somos se nos va en la imaginación y el proyecto, en irrealidades fecundas. Gozamos habitando la ilusión y empezamos a desaparecer cuando dejamos de inventarlas. No hay en esto animal alguno que se nos parezca, acaso porque lo que hay de más animal en nosotros es lo que de menos humano poseemos. Somos, pues, una especie singular y rara, interesante.
Hay quienes creen que con un poco más hacemos casi lo mismo, cuando en realidad lo que ocurre es que ese poco más nos hace por completo diferentes, para la euforia y la desesperación. Vivimos una época animalista como en otros tiempos vivieron volcados en otras místicas, lo que indica que el hombre es ante todo un ser crédulo, que necesita de las creencias para sobrellevarse; y amoroso, como demuestra el ahínco que pone en defenderlas. Y es así de entrada, cuales sean las creencias en las que cada cual sustenta su vida.
El hombre es ese abogado capaz de defender en el tribunal de los necios la mayor de las sandeces y hacerlo con intensidad, como si en ello le fuera la vida. También en esto se muestra nuestra naturaleza histórica y extranatural.
