Los tiempos cambian y, con ellos, cambian también los formatos y los medios, la velocidad de los mensajeros aunque no tanto los mensajes, o no tan rápido ni veloz. Hubo una época para la piedra y el papiro y otra para el pergamino y el papel, que marcaron su ritmo y su cadencia. Ayer escribíamos rozando la pluma indolente sobre las suaves resmas (verjuradas) de celulosa, como hoy brillan las letras en las pantallas de plasma de los ordenadores. Nos hacemos a nuevas costumbres y hábitos, al punto de que pronto lo nuevo queda viejo y olvidado, y parece como si nunca hubiera existido o sea alguna reliquia de otro tiempo, otros hombres y otros lugares lejanos. Ya nadie añora el punzón ni la pluma de ganso, aunque aún nos resistimos a dejar en el olvido otras plumas, desplumados. Y, de momento, seguimos acomodando el golpeteo de las teclas al oído que escucha y a los dedos que galopan sobre el teclado al compás de las ideas o, al menos, de las frases y las palabras. No sabemos aún a dónde nos llevarán las nuevas tecnologías, pero ya sabemos a dónde nos han traído y desde qué lugar. No lamentamos el viaje, tan sólo constatamos el cambio que se ha producido en su transcurso.
Hace ya 19 años que comenzó mi andadura en REDES. Apenas había empezado a ver la luz el año anterior a mi desembarco en la revista, aunque ya fuera un proyecto imaginado y madurado mucho antes de que me invitarán a hacerme cargo de la secretaría científica, nombre con el que pasamos a designar, a falta de otro mejor, un totum revolutum difícil de definir y cuyos límites porosos me permitieron ocuparme de las muchas tareas que implica hacer andar trasegando en una revista que ya estaba puesta en pie.
Ha sido siempre el azar y la confianza gratuita con que otros me han sostenido en estos avatares, lo que ha ido empujando una parte de mi vida hasta el inconstante mundo de la edición, al que un destino natural parecía empujarme, pues he vivido siempre entre libros. De cuanto he podido hacer en él debo casi todo a la confianza que otros depositaron en mí, generosidad que agradezco y valoro. Debo mucho a los amigos que hice en este viaje, a Juan Luis Linares y a Roberto Pereira, sin duda los directores más liberales y menos ordenancistas que uno hubiera imaginado y deseado tener. No es fácil mandar así. Durante estos diecinueve años no ha habido entre nosotros ni un roce ni una palabra de más, antes al contrario, todo ha sido apoyo y comprensión, incluso cuando las cosas no vinieron bien dadas y la crisis nos golpeó en el costado de la nave hasta ponerla en serio peligro de naufragio. Ha pasado el tiempo como fluye cuando se vive intensamente, sin notarlo. Parece que fue ayer que empezó Buenos Aires, que diría el poeta.
Y ahora se cierra una puerta y se abre una nueva ocasión de seguir la aventura que alguien un día puso en pie. REDES crece y se transforma, cruza el charco y se hace atlántica, se desnuda de su vestido de papel y se reviste de los oropeles de la virtualidad electrónica. REDES se futuriza y se pone aún más al alcance de los espíritus inquietos que habitan en el mundo de la psicoterapia relacional, que no son pocos. Hay un momento de duelo y una reencarnación jubilosa. Nos hacemos provincia del imperio de ultramar aunque conservando la prestancia de lo que siempre fuimos. Como pura energía que es, REDES ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. De momento, y hasta que el tiempo nos traiga una nueva vuelta de tuerca, en español y en el espacio.
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