Con cierto retraso sobre el horario previsto aparece la revista que tienes entre manos, interesado lector, y como no hay mal que por bien no venga, esta demora nos permite hablar de este monográfico sobre las intervenciones en catástrofes y situaciones de emergencia y hablar, también, del Congreso de Cáceres y de lo que allí se vio y se vivió.
Durante mucho tiempo me había preguntado qué se puede hacer en una situación de urgencia catastrófica como las que nos presentan los autores de nuestro monográfico. Escéptico, había sido de aquellos creen que en esas ocasiones es poco lo que al psicólogo le cabe hacer. Craso error, del que empiezo a recuperarme a raíz de la lectura de este número, constatando la naturaleza de mis ideas prejuiciosas sobre las intervenciones en situaciones tan extremas. Error y prejuicio que derivan, sin duda, entre otras razones, de la forma en que cada cual trabaja, de la idea de darse tiempo para afrontar los procesos y de esa otra que nos conmina a trabajar con lo que las familias nos traen. He aquí lo que la tragedia trae, que es una pérdida inesperada que trastoca de forma inexorable el ciclo vital de los individuos y de las familias; y que nos coloca en el filo acerado de la incertidumbre y de la fragilidad de nuestra propia existencia. No es éste lugar para hondas cavilaciones filosóficas, pero sí cabe constatar el hecho de que estas tragedias nos sitúan a todos ante esas certidumbres, y alguna respuesta individual o social habrá que darles. Siquiera la de tener en cuenta la solidaridad de la especie, advertir la natural inclinación a ayudar a quien las padece y a colocarnos en el acompañamiento de un dolor que ayudamos un poco a sostener en su sinsentido.
Imaginamos aún más la actualidad de estas reflexiones al hilo de la barbarie que acaba de sacudir a París y, con ella, a los ciudadanos de paz de Europa, del mundo entero, sumidos de nuevo en la ira ciega y esa fe que sostiene a golpe de sangre derramada contra las debilitadas paredes de la ilustración. Sea pues una humilde aportación la nuestra a la necesaria acción reflexiva de los terapeutas en un mundo como este.
En otro orden de cosas, hace apenas unas semanas se celebró el Tercer Congreso Ibérico de Terapia Familiar, con notable éxito participativo y de asistencia. De las familias en crisis y de los terapeutas en cambio hablamos en Cáceres durante tres días, compartiendo miradas y experiencias y tomando buena nota de la salud de la terapia familiar en la Península y del empuje con que se trabaja en la investigación y en la actualización de los conocimientos, de acuerdo a los cambios que hemos padecido en estos últimos años. De todo ello daremos cumplidas noticias en el próximo monográfico de Mosaico.
Con este Congreso se cerraba la Presidencia y el buen trabajo de Teresa Moratalla y de su equipo, cuyos principales valedores fueron Esperanza De Rueda y Valentín López. De su irreprochable hacer en estos años quedarán muchos testimonios, a cuyas voces nos unimos sin recelo. Con las mismas buenas vibraciones entra en la dirección de la Junta de la Federación Juan Antonio Abeijón como nuevo Presidente, flanqueado por Jorge Gil Tadeo y Sonia Fernández como secretario y tesorera respectivamente. A ellos y al resto del equipo les deseamos desde aquí acierto y buena suerte.
Javier Ortega Allué
Director de Mosaico