Javier Ortega Allué
Fragmentos de una conferencia (2)

Quiero decirles dos palabras sobre las familias y sus estilos relacionales. Dos elementos que los terapeutas de familia solemos tener en mente:
La familias tienen grados de cohesión y sentimientos de pertenencia diversos, que van desde el estilo de las familias desligadas o centrífugas a las familias aglutinadas o centrípetas, y los grados intermedios entre ambos extremos del constructo.
Las familias desligadas son más frecuentes en otras latitudes culturales. Esto está cambiando, porque hay unos valores sociales que empujan hacia ese cambio. Se trata, sucintamente, de ese fenómeno social que denominamos globalización.
Se trata de sistemas con unas fronteras exteriores muy frágiles, aunque entre los subsistemas haya unos límites más rígidos. Esto favorece la autonomía de sus miembros y la apertura al mundo circundante, la exploración y la búsqueda del apoyo fuera de la propia familia. Y, en consecuencia, hace difícil la expresión de las emociones dentro del sistema y la petición de ayuda entre sus miembros. Podríamos decir que predomina el individuo sobre la familia y que se teme la intimidad y la cercanía como algo invasivo. Las emociones no se comparten y el clima afectivo es de respetuosa distancia.
En el otro extremo del constructo encontramos las llamadas familias aglutinadas en las que, como decía Minuchin, cuando uno estornuda todos sacan el pañuelo.
En este caso, las fronteras rígidas se tienen con el mundo externo, que es fuente de todos los peligros, mientras que en su interior los subsistemas tienden a disponer de fronteras porosas y los hijos se inmiscuyen en los asuntos privados de los padres o caen en los peligrosos juegos de la triangulación.
Qué duda cabe de que en los momentos de crisis los miembros de este tipo de sistema van a sentir un apoyo grande por parte de los demás componentes del sistema, aunque sea al precio de sacrificar la individuación y la emancipación.
Y qué duda cabe, también, de que esa ayuda, cuando se acepta que venga de fuera, se hace al mismo precio de fusionar al profesional y hacerle creer que es imprescindible. Se hace más difícil, en estas situaciones, confrontar y retar al sistema o ayudar a que manejen sus competencias cuando han decidido dejarlas en mano del doctor o del terapeuta.
Manejarse con comodidad en ambos estilos familiares de relación es una capacidad que los terapeutas han de aprender, calibrando la distancia y cercanía adecuada para que su intervención sea capaz de movilizar los recursos que hay en el sistema, al tiempo que se abstiene de hacer uso de los suyos propios sustituyendo las capacidades de los demás.
Hay que recordar que no podemos enseñar a la gente ni a vivir ni a morir. Como decía Whitaker, bastante tiene el terapeuta con tirar adelante con su vida.
Nuestra tarea profesional consiste en activar los recursos y capacidades que ellos poseen, para que den la respuesta funcional y adaptativa que cada familia puede dar en una situación concreta.
Hay que hacer un acto de fe que la realidad nos confirma en cada ocasión, y es el de creer que las familias tienen recursos para resolver funcionalmente las dificultades que la vida les trae en el vivir. No los nuestros, no los que soñamos idealmente, sino los suyos propios. Nos hemos de hacer especialistas en detectar esos recursos y potenciarlos. Esa es una de nuestras tareas terapéuticas.
La comunicación al final de la vida, intervención en las IV Jornadas sobre el duelo: ayudar a vivir el final de la vida. 31 de mayo y 1 de junio de 2016.
Sant Pere de Ribes
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