Una pregunta que a menudo se plantean tanto los profesionales como los propios miembros del sistema familiar en estas situaciones límite es ¿qué resulta más dañino para el paciente identificado o para el resto de la familia, el silencio o la franqueza? Esta es una pregunta excesivamente dicotómica, cuando la respuesta a la misma en realidad es gradual. No es una respuesta de blanco o negro, de esto o lo otro.
Se ha hablado a menudo del pacto o la conjura de silencio, pero creo que ha quedado claro que desde la perspectiva de la pragmática de la comunicación humana esa es una trampa que se hacen las familias y los profesionales, pues resulta difícil sostener que el silencio no sea en sí mismo una forma de comunicación.
El pacto de silencio sería lo que Bateson llamaba un “diagnóstico dormitivo”, que sólo da un nombre al temor que nos produce el aumento de la intensidad de la ansiedad de estas situaciones.
Hay un criterio que los profesionales de la salud nunca olvidan: primum non nocere (lo primero, no dañar). Junto a esto hemos de recordar que los sistemas no resuelven todos los problemas que tienen, pero son competentes para resolver los problemas suscitados por su funcionamiento (Ausloos). Los pacientes, las familias de estos pacientes también responden a nuestros propios estados emocionales desde sus habituales estilos de respuesta, que fueron aprendidos en tiempos pasados, y funcionales entonces y también adaptativos.
Mi función como terapeuta no es que resuelvan sus dificultades como yo he aprendido a hacerlo con las mías. No hay, tampoco, un solucionario universal, desgraciadamente.
La función como terapeuta consiste en activar las competencias familiares que los miembros del sistema tienen; en cierta manera, he de actuar como catalizador para que los individuos se activen.
A veces eso no pasa por tratar de cambiar a las familias, sino por cambiar la manera como yo me relaciono con sus miembros. Al ofrecerles otra mirada, les estoy ayudando a percibirse a sí mismos de otra manera.
Otra forma de hacer esto es la de permanecer atentos a lo anodino que nos cuentan en sus narrativas, a esas cosas dichas como sin darles importancia, a las metáforas prosaicas con que definen situaciones y que nos van a permitir ampliar el foco más allá del evento definitivo o dar continuidad a una historia que parecería que la muerte clausura, cuando lo cierto es lo contrario. Pero a veces las familias se cuentan las historias echando el cierre al futuro y otras, por fortuna, abriendo nuevas posibilidades de evolución y transformación.
Cuando las personas nos cuentan sus historias, teñidas de emociones, también nos explican las numerosas formas que han tenido de “tirar adelante” a lo largo del tiempo, incluso en situaciones muy complicadas. Hay que estar atentos a estas diferencias que hacen la diferencia, para devolverlas a las historias narradas con una mayor riqueza de matices y posibilidades. Por ejemplo, cuando una persona se presenta como víctima de sus circunstancias podemos hacer la lectura alternativa, más abierta, de que ha sido un superviviente, alguien con capacidad para resistir. Es la diferencia entre la pasividad y la actividad, que me parece esencial.
En ocasiones, al hacer eso el terapeuta introduce un “Cambio Mínimo Necesario” que, aunque pequeño, ayudará a la familia a amplificarlo para que tenga un mayor significado en sus historias. Esto es algo que el terapeuta puede prever que sucederá; lo que no puede es prever en qué dirección irá esa amplificación de la información. Esta es también la parte de incertidumbre que hay en nuestro oficio.
La comunicación al final de la vida, intervención en las IV Jornadas sobre el duelo: ayudar a vivir el final de la vida.
31 de mayo y 1 de junio de 2016.
Sant Pere de Ribes