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  • Foto del escritorJavier Ortega Allué

Editorial 66 de MOSAICO


Hay un mandato de visibilidad en muchas de las tareas que emprende la Federación y las Asociaciones de Terapia Familiar, como señala nuestro Presidente en la carta que abre este nuevo número de Mosaico.

Visibilidad significa hacerse presente y ubicarse ante la mirada de los otros, que está conformada, en este caso, por el entero conjunto de la sociedad, a cuyo servicio nos ponemos; pero también ante las instituciones que regulan la profesión de salud en nuestro país, las facultades que imparten la docencia que forma los futuros titulados, las escuelas cuyos programas persiguen que los profesionales se especialicen y ganen competencia terapéutica específica de alto nivel y calidad –como los diversos programas que reciben el aval y la acreditación de las asociaciones de terapia familiar-; y, finalmente, ante organismos como colegios profesionales quienes protegen a médicos, psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales y otros diversos del intrusismo y de la mala praxis profesional, velando por la validez de nuestras intervenciones no menos que por la actualización de nuestros conocimientos. Estamos obligados a responder, pues, de nuestras capacidades ante el conjunto de los ciudadanos, quienes son, a la postre, nuestros usuarios potenciales y beneficiarios principales de todo nuestro esfuerzo. A todo este buen hacer hemos de darle la necesaria visibilidad.

Mosaico, en esta línea de hacer que la terapia familiar tenga una importante presencia social, dedica de forma habitual y reiterada un número al año a dejar constancia escrita de las Jornadas y Congresos que las Asociaciones, con el aval federativo, organizan, a fin de poner en común los conocimientos y prácticas más actualizados sobre un tema de especial interés para los profesionales. Este año la Jornada fue en Zaragoza y el monográfico de este número 66 de la revista da cumplida cuenta de alguna de las intervenciones más importantes de los ponentes.

Algunos acontecimientos existenciales caen como mazazos sobre la vida de los individuos o de sus familias: enfermedades repentinas, accidentes con graves consecuencias, sufrimientos que aparecen en el presente con un horizonte de cronicidad, pérdidas anunciadas. Uno se imagina en tales casos, se pone por unos instantes en la piel de los otros y siente de pronto que le invade el desaliento, pues la vida, que se prometía de otra manera, se ha torcido. Hay que vivir con ello, o hay que seguir viviendo contando con ello. Como señala R. Ramos en uno de los artículos que mejoran estas páginas, el profesional tiene que hablar de todo esto en terapia, con las familias, con los afectados, de forma clara o sutil. La función de la terapia no es otra que la de movilizar los recursos y las capacidades que la familia posee, aunque también ayudar a aceptar el dilema existencial en que ese evento les coloca por el mero hecho de vivir. Hay dificultades irresolubles en la vida con las que hay que seguir viviendo. Los estoicos hablaban del aprendizaje de la resignación y señalaban que la aceptación de la necesidad generaba libertad. No es fácil ayudar a que las familias conlleven estas situaciones, aunque no quede otra. Conllevar: que es vivir con ello de la mejor manera posible, acompañados, acogidos, sostenidos por los profesionales, que les han de ayudar a tomar una nueva posición que les permita seguir viviendo con un sufrimiento soportable. Una conllevancia que solicita ser hablada y dicha, para que el sufrimiento de lo no dicho y de lo obviado tenga cada vez menos espacio entre las personas que lo temen y lo evitan.

La evitación del dolor no debe entenderse como una anestesia permanente contra el sufrimiento. El sufrimiento es parte de una vida integral, no una excrecencia que podamos desalojar de nuestro horizonte existencial. Eso no sucede nunca, aunque posiblemente el modelo médico de salud, que es el que tienen en mente nuestros usuarios, haya hecho creer que este paso es posible.

Es porque algo nos incomoda, daña o duele que nos ponemos a menudo en marcha hacia su superación o su aceptación. El objetivo de la terapia no debe ser que no ya exista el sufrimiento, sino que aprendamos a vivir un sufrimiento soportable, sostenible, hablado y compartido. Si definimos todo sufrimiento como insoportable, no podríamos vivir sin ayuda de las pastillas de la felicidad ni sin una ayuda terapéutica continuada, cuando en realidad nuestra función terapéutica es la de ayudar a las personas a que sean capaces de ser sus propios curadores de sí mismos y de quienes les rodean. De hecho, si el sufrimiento fuera siempre intolerable no podríamos simplemente vivir.

Javier Ortega Allué

Director de Mosaico


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