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  • Foto del escritorJavier Ortega Allué

Editorial Mosaico 70


Toda nuestra felicidad y toda nuestra miseria residen en un único punto:

¿a qué tipo de objeto estamos vinculados por el amor?

Baruch de Spinoza

Cuando este número de Mosaico llegue a manos de nuestros lectores, estaremos a las puertas de celebrar el IV Congreso Ibérico de Terapia Familiar, evento científico y social que convocará a algunas de las voces más representativas de nuestro contexto cultural, para tratar algo que a todos nos concierne, siquiera que en alguna medida aproximada: Amor en tiempos de crisis. Desafíos a la pareja, a la familia y a la sociedad. ¿Cabría, pues, un título que prometiera más y permitiera observarnos desde un más idóneo punto de vista relacional? Pues el amor es, junto a la comunicación, la situación relacional por excelencia, el punto de fuga donde confluye nuestro entero ser humano, otorgándonos perspectiva y profundidad. Al final, decía san Agustín, se nos vendrá a examinar en el amor. Podríamos decir: se nos examinará en el modo como hemos aportado bienestar, felicidad, dicha o plenitud al mundo, a quienes nos rodean y envuelven, a los más próximos y cercanos. Cómo los hemos sostenido y acompañado mientras estuvimos a su lado. Echemos cuentas.

Amor y tiempo de crisis. Como si fuera posible existir sin el uno -el amor-, o extrañados y fuera del otro: ese tiempo de crisis que siempre se vislumbra acechándonos en la línea baja de nuestro horizonte vital. Como si pudiéramos vivir sin gozar de cierta plenitud o sin padecer alguna pérdida inexorable. Es el nuestro un tiempo de crisis, incierto y singular. Nada nuevo bajo el sol, pues así fueron todos los tiempos que vivió la humanidad, con breves excepciones. Un tiempo que, como otros anteriores, anhela certezas o seguridades, pero que sobre todo anhela a alguien que esté dispuesto a dárnoslas sin que hayamos de esforzarnos demasiado en buscarlas. Recetas, aunque sean de vuelo corto y nazcan aliquebradas. Certezas y dogmas para sobrevivir en un mundo imprevisible, ¡qué gran dislate! En esta época nuestra donde priva lo natural y genuino, andamos paradójicamente expectantes ante la posibilidad de que se descubra al fin esa pastilla o de ese algoritmo que nos hará felices por siempre con solo tomar la medicación o aplicar la fórmula matemática. De ahí la pertinencia del subtítulo de Congreso de Coimbra, una palabra que resume cientos: desafíos.

Pues, in nuce, la vida misma es un desafío, y vivir consiste en tener que ir afrontando sin seguridades últimas los retos que las circunstancias nos ponen al paso. Sabemos que no hay placer sin duelo ni fracaso, ni enamoramiento que no vaya acompañado de decepción cuando no es correspondido; sabemos, pues trabajamos con el sufrimiento, que no hay una dicha plena, ascendente y sin baches. Pensar lo contrario sería como si estuviéramos empeñados en obtener de golpe la cuadratura del círculo y creyésemos, además, que sería posible lograrla.

Conviene que nos recuerden, pues, que no hay vida sin su parte alícuota de desafío, de empeño o de reto, y que tales quebrantos tienen en la pareja, la familia o la misma sociedad el campo de batalla donde mediremos nuestras capacidades y competencias relacionales, nuestras estrategias y habilidades interpersonales. En suma, nuestra inteligencia relacional. Del Congreso de Coimbra tendremos noticias en breve porvenir. De la vida las tenemos constantes y actualizadas.

La vida es incertidumbre, dichosa y feliz incertidumbre. Y como dice el refrán, hasta el rabo todo es toro. Que nos embistan, pues, el amor y las crisis. Mejor una vida atenta y en peligro que una amodorrada y narcótica. ¡Que nadie, pues, se duerma!

Javier Ortega Allué

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