Javier Ortega Allué
La indeleble materia del sueño

He vuelto a contemplar sus ojos como en una obsesión. Estaban en otro cuerpo, pero eran sus ojos. La había ya olvidado; o así, acaso, quise creerlo. Pero eran de nuevo sus ojos rompiendo otra vez los diques que me separaban del viejo dolor antiguo. He visto sus ojos esparcidos en otras miradas, su andar cadencioso en otras caderas; y también sus manos, aferrándose con delicada desesperación a un cuerpo que ya no era el mío. He sentido entre los labios el salobre sabor de sus lágrimas imaginarias y he bebido de su boca el delirio de su saliva ardiente. He vuelto a soñar con su vientre apretado y alimenticio, con la delicadeza aérea de sus piernas. He venteado en el aire el rastro de su huida. Ya no la contemplo más que en sueños, y todas sus palabras se engarzan en una alucinación que me persigue durante mis pesadillas. No está; o, mejor, no sé dónde está. Me ha dejado sus signos estampados en todas las mujeres, como un rompecabezas al que siempre le faltará alguna pieza, por siempre inacabado, inalcanzable siempre.
Ya es de los sueños, como los seres más reales.