El objetivo último de todo ello es el de aprender a ser más eficaces, pues sin la eficacia la terapia perdería su sentido, convirtiéndose en una charla de café o, en lo que aún sería peor, el monólogo oracular de un experto que se atreve a dictarles a los demás cómo tienen que vivir.
Pero entendiendo aquí la eficacia como efectividad, como eficiencia, y no, según el modelo norteamericano, como brevedad. Porque no necesariamente una terapia eficiente ha de ser a la vez una terapia breve. La brevedad tiene que ver con las prisas y, como decía Ortega y Gasset, “Prisas sólo tienen el ambicioso y el enfermo”
Una parte de mi eficacia descansa en escuchar lo que mi experiencia personal me ha enseñado; algo que casi nunca se aprende en los manuales de psicoterapia al uso. Mi experiencia me ha enseñado, por ejemplo, el fuerte impacto que ha tenido en cada uno de nosotros los aprendizajes transgeneracionales, como la ausencia o presencia del reconocimiento paterno, y los modelos de conyugalidad y parentalidad de nuestros ancestros, si nos remontamos hasta una tercera generación. El peso transmitido de la culpa o de la ausencia de amor; y la forma de afrontar la parentalidad con nuestros hijos y la conyugalidad con nuestras parejas, el miedo a la cercanía o la búsqueda insatisfactoria de un salvador de quien depender y en quien depositar nuestra vida… Todo eso son aprendizajes inconscientes que hacemos en nuestras familias de origen.
Créanme cuando les confieso que no tengo idea de lo que es una pareja ideal, un hijo ideal, un cónyuge ideal o un progenitor ideal. Pero sé que esas idealidades (que a veces podrían estar dirigiendo las intervenciones de algún terapeuta) no existen en el mundo donde yo me muevo. Sólo en algunas cabezas que, por supuesto, se empeñan en señalar las carencias y lo que todavía no hay. Carencias que sólo detectamos porque tenemos en mente ese modelo ideal del que los clientes están siempre más o menos alejados.
Los terapeutas tenemos que trabajar con lo que hay, porque es imposible trabajar con lo que no hay. Eso ya lo saben y lo aplican ustedes, estoy seguro. Pero si quieren fracasar, empiecen a dictaminar lo que “debería haber” (y no hay) o “deberían tener las familias que nos consultan” (y no tienen). No lo duden: fracasarán. Los “debería” son la vía regia para entrar en el mundo de la ética o de la política ucrónica, que nos alejan de los hechos o de las realidades relacionales. El debería no es terapéutico, sino ético. Pertenece al ámbito de los deseos, pero no de los hechos.
Trabajar con lo que hay es también un gesto de respeto y de confianza hacia los recursos que las familias tienen. El espacio terapéutico es un contexto de seguridad donde el terapeuta anima a las familias a ensayar nuevos pasos de la danza relacional. Pero no se los enseña, al menos de una forma directa. No somos generadores de consejos o de pautas, por más que en algún momento indirectamente los demos: ¿Qué pasaría, preguntamos a la familia, si ustedes se atrevieran a hacer algo distinto de lo que hacen? Pruébenlo y en la próxima sesión me cuentan qué tal les fue. Hay una técnica que yo uso mucho y que consiste en algo tan simple como responder a una pregunta con otra. Por ejemplo, cuando me preguntan qué podríamos hacer ante este hijo rebelde y díscolo, les pregunto: ¿qué cosas hacían ustedes cuando fueron exitosos con su hijo? ¿Y qué otras cosas se les ocurre que podrían hacer?
El contexto terapéutico es un contexto de seguridad para los clientes: en él pueden actuar como sí fuera la realidad, pero sin serlo todavía; pueden atreverse a ensayar y a equivocarse, pues el terapeuta no les juzgará, sino que les animará a hacer cosas nuevas protegidos por esa red que es el estar en terapia.
Como nos recuerdan tantos pioneros de la terapia familiar, los terapeutas, además de comprender y de acoger en un contexto de seguridad, hemos de agitar, mover, desequilibrar y hacer que la ansiedad del sistema aumente, porque sólo con este aumento de la ansiedad el sistema se reestructurará en nuevas formas de relación más funcionales, aunque de entrada estos desequilibrios y retos saquen a la luz la vulnerabilidad del sistema y, como reacción, las defensas con que las familias afrontan la ansiedad elevada en ciertas situaciones vitales. Cuando esto ocurra, el terapeuta ha de mantener su confianza y el convencimiento de que la familia tiene recursos y capacidades.
Los terapeutas que sustituyen a las familias en sus competencias lo suelen hacer por dos motivos: porque no consiguen controlar la propia ansiedad que les genera la situación y, en segundo lugar, porque no tiene fe o confianza, no creen de verdad y genuinamente en las competencias de las familias. Resulta un poco paradójico, porque creemos en nuestra propia habilidad terapéutica, pero desconfiamos de las habilidades de los demás.
De ahí que muchos terapeutas, para soportar esta ansiedad sin desfallecer, se refugien en protocolos y técnicas, o deriven el caso a otros profesionales, así como las familias sostienen su incertidumbre en las historias que se han contado a sí mismas cien veces y que justifican ante sí y ante los demás su estado de postración. En cierto modo quieren que nosotros veamos el mundo como ellos lo ven y entendamos y compartamos las razones por las que están como están y hacen lo que hacen. Yo haría lo mismo que ustedes de estar así, quieren que digamos, Pero, si no retamos esta historia, acabamos justificando el no cambio, y aceptando a uno de ellos como chivo emisario de su malestar, esto es, como paciente identificado.
La seguridad del contexto es un elemento muy importante para canalizar el reto hacia las conductas disfuncionales de las familias. Tengan en cuenta, como han señalado importantes autores como Escudero, entre otros, que esta seguridad contextual no depende sólo de ustedes. Pero los terapeutas tienen que saber manejar la hostilidad que puede existir entre los miembros de la familia, ser sensibles a captar las emociones ligadas a la situación de vulnerabilidad en que se encuentran en la terapia ante desconocidos, o tener una mirada apreciativa que les ayude a centrarse en aspectos positivos y en resultados exitosos, al tiempo que contienen las respuestas más impulsivas mediante una actitud relajada y, como yo la llamo, de baja intensidad emocional. Una cierta flema, al antiguo estilo británico, no le viene nunca mal al terapeuta. Ni está de más durante las sesiones. Es algo que ayuda a convertir las emociones en algo útil, esto es, en información.
No quiero cansarles: hay otros elementos que ponen de manifiesto hacia dónde va la psicoterapia, pero que harían esta ponencia interminable. He querido dar sólo unas pinceladas, centradas sobre todo en la figura del terapeuta, que es un operador que trabaja siempre en contextos de incertidumbre, no de forma casual, sino continuada. Somos profesionales que vivimos sumergidos en situaciones de sufrimiento colectivo y relacional, naturalmente con altos niveles de ansiedad. Quien no sea capaz de tolerar esto o quien, frente a su propia ansiedad, pretenda disminuirla haciendo un uso mecánico de las técnicas terapéuticas, es posible que esté equivocándose de profesión.
Los demás, atrévanse porque, finalmente, la terapia se dirigirá hacia donde ustedes la lleven con sus teorías, sus reflexiones y sus técnicas. Atrévanse, pues a reflexionar y a aprender cada día un poco de sus errores. No hay, seguramente, un camino mejor.
Seminario internacional "Enfoques Integrativos Psicoterapéuticos". Hopsital Víctor Larco Herrera. Lima, Perú, 27 de septiembre de 2019