Como tiene a bien recordarnos en este número Roberto Pereira, en marzo de 1996 inició su andadura MOSAICO, definiendo poco a poco el carácter científico y de intercambio profesional que siempre fueron características señeras de nuestra revista. Traigo a colación esa fecha fundacional para celebrar que llegamos sin el menor desaliento al número 80 de su ya prolongada y fecunda vida. Lo que fue un proyecto de lenta gestación, cubre hoy una función fundamental para FEATF, vertebrando a través de la comunicación los trabajos de investigación y las aportaciones teóricas y prácticas de los terapeutas familiares y los operadores sistémicos de nuestro país y también del de nuestro apreciado vecino portugués. El esfuerzo mancomunado de tantas personas como han intervenido en la preparación de MOSAICO muestra de forma palpable en estas páginas el logro de aquello que empezó hace ya casi 26 años. No cabe sino dar las gracias a los autores y lectores por el apoyo que siempre nos han brindado.
Y no podría haber mejor recordatorio de la bondad de este esfuerzo que el dedicar este número al XL Congreso Nacional de Terapia Familiar que recientemente celebramos de forma presencial y virtual en Tenerife, organizado por nuestros colegas y amigos canarios, bajo el título “Explorando los límites de la Terapia Familiar”; título que, como reto, nos abre a dos posibilidades muy queridas por los sistémicos: por una parte, la de explorar, tanteando creativamente, territorios nuevos donde algo tendremos que decir, dada la naturaleza relacional de todos los fenómenos culturales en que nos hallamos inmersos los seres humanos; por otra, la constatación de los límites, que están ahí para que poco a poco vayamos tratando de expandirlos y ampliarlos, sin dejar por ello de ser conscientes de que también son marcas que señalan territorios y trazan fronteras, externas pero también internas, pues no todo lo podemos hacer, ni conviene acaso que lo hagamos. Mantengamos viva, pues, esa humilde ambición. Parecida a la que tuvieron quienes un buen día se sentaron a imaginar la revista y luego pasaron a la acción de ponerla en marcha. Ochenta números dan pie para sentirse orgullosos de este enorme logro relacional que es MOSAICO. Y seguir avanzando.
MOSAICO ha crecido en paralelo al desarrollo que, imparable, ha tenido la terapia familiar en nuestros dos países. Cuando parecía que la pandemia, que aún habita entre nosotros, detenía nuestras vidas en un enclaustramiento no sólo físico, sino también mental, las circunstancias han venido a recordarnos la fragilidad de tantas cosas que dimos por supuestas: que la vida discurría por cauces previsibles, que lo conquistado no se podía perder, que la mayoría de nosotros, hombres y mujeres que trabajamos en contextos de incertidumbre y de sostén, íbamos a tener la fortaleza suficiente como para mantenernos incólumes ante altos niveles de ansiedad, tristeza o sufrimiento. Esta situación está poniéndonos a todos a prueba. Como un peligro que hemos de afrontar y una oportunidad que acaso nos ayude a crecer y quizás a ser mejores como personas y también como profesionales. A la par que nos muestra la necesidad imperiosa de reconocer nuestra mutua interdependencia y que la suma del conjunto del sistema es mayor que la de sus partes aisladas, empujándonos a trabajar de otro modo, nutriéndonos de las experiencias de otros y también de su sabiduría y experiencia.
Eso es, a la postre, lo que MOSAICO ejemplifica. Y lo que seguramente Elena Herrera sugirió al bautizarla con un nombre que hoy es seña de identidad de nuestra revista, en la península y en Latinoamérica: que habríamos de nutrirnos de muchas y diversas aportaciones, generando con ello un espacio compartido que nos ha ido haciendo más conscientes de la importancia clínica y social de nuestro trabajo, también en sus vertientes política y ética, inseparables. Vaya en homenaje de quienes nos precedieron en la labor de hacer más grande MOSAICO –y que luego cedieron generosamente el testigo- estás líneas prologales que abren el redondo número 80.
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