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  • Foto del escritorJavier Ortega Allué

En el nombre del hijo

Actualizado: 13 oct 2023


Dejo sobre la mesa el libro de María Charles, En el nombre del hijo, con el sentimiento de tener que decir algo sobre el impacto que su lectura me ha causado. Desde que cumplí los cincuenta, la literatura sobre padres se ha convertido en otra pequeña obsesión añadida a las que me ocupan, supongo que por esos asuntos onerosos del ciclo de vida y tal.


No es un libro al uso, ni tampoco reciente, pues se publicó en 1990 y no deja de sorprender que algunos de sus participantes hayan muerto, mientras sus confesiones –en algunos casos impúdicas, en otros más recatadas- permanecen tan vivas como si estuviéramos aún en su presencia, como si los tuviéramos delante, tan vivos como en la vida.


Di con esta obrita en una librería de saldo, una de esas pequeñas piezas de caza que a veces se atrapan cuando uno sale a curiosear y de pronto tiene entre las manos una minimalista joya de confidencias, con la portada algo desgastada por el uso o el abandono, no sé bien la razón, porque no hay marca en sus páginas de un anterior propietario, ni siquiera un subrayado delator, como lo habrá cuando lo deje ir y de nuevo vuelva al océano de hojas sueltas de alguna librería de lance. No pienso desprenderme de él, pero algún día sospecho que así será. Por ley de vida, la acumulación o no de objetos es casi siempre una tentación individual, aunque a veces tenga la forma de un legado. No discuto la lealtad de mis herederos, sólo soy escéptico sobre el atesoramiento y el espacio. Que los libros nos sobrevivan me genera una cierta angustia.


Sorprende el subtítulo, con la lista de autores que en realidad han escrito o conversado con la autora, quien ha reunido las intervenciones para poner en pie esta compilación; subtítulo que comienza con la palabra confidencias, plural que a uno le lleva a pensar más en el universo clausurado de la intimidad que en el que ofrece esta obra y que no es sino el campo abierto de la publicidad, de lo público, de lo que se entrega a todos sin distinción ni exigencia. Sólo la de comprar el libro y, si se tercia, leerlo, aunque esto último no es ni obligatorio ni necesario, y menos aun cuando la compra se ejecuta por impulso y no por necesidad.


Hijos hablando de sus padres: de esto va el libro. Hijos que, al hablar de sus progenitores, se descubren a sí mismos y, con sorpresa, advierten lo mucho o poco que han gozado de la paternidad y del parecido con que luego se han reiterado en sus propias vidas las pautas de aquellos que les precedieron. Hijos que repiten sin saberlo o a sabiendas lo que les irritaba o les hizo daño o causó placer.


Los padres son siempre un misterio: vidas cercanas, pero cuya existencia se escapa de nuestra plena comprensión como el agua entre los dedos. Queremos atrapar el misterio, pero éste nos elude. A veces la rabia nos ciega; en ocasiones es la vergüenza de cómo fueron o lo que hacían la que nos obnubila: el palillo entre los dientes, el ruido al sorber la sopa o el resuello de su respiración... El deseo de no parecernos a nuestro progenitor nos lleva a hacer todo como si fuera diferente, como si no hubiera existido; otras es la imitación la que sujeta las riendas, o la nostalgia la que nos sacude, o la indiferencia la que nos hiere. El padre cuyos gestos odiábamos en nuestra adolescencia y que se revela ahora en la madurez también en nuestra mirada y nuestra voz, primero de forma imperceptible, apabullante luego. El padre periférico que, cuando ya no está definitivamente, se apodera de nuestro cuerpo, de nuestros gestos, de nuestras miradas, hasta descubrir que ya somos él mismo en nosotros, redivivo. Detrás de lo que hago está la sombra de mi padre, con una potencia que no sentí mientras vivía. Me levanto del sillón o subo las escaleras con los mismos gestos que reprendía en él. Me veo mirando por sus ojos y hasta mis propias manos se parecen cada vez más a las suyas.


Ser padre es a veces un mero mandato social; otras, un impulso de la voluntad o un incierto deseo de permanencia; pero, sean cuales sean las causas que explicarían esta acción, ninguna elude las consecuencias que se ciernen sobre los hijos. Como si el pasado no quisiera pasar definitivamente ni abandonarnos del todo. Mi padre es ese fondo oscuro sobre el que levanto mi vida. Ahora siento más su compañía que cuando yo era un joven imberbe y descentrado. Sin él, sin su misterio, soy incapaz de explicarme.

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