Un hacedor de ricas y fecundas metáforas entre los terapeutas familiares como fue Salvador Minuchin solía hablar de lo que él llamó con acierto metáforas disonantes, que decía en tono embromador que aprendió de Gardel y sus tangos. Metáforas gráficas y no psiquiátricas como las que expresaría al preguntar en una sesión con una hija fusionada con su madre: ¿Te gusta ser la pareja de tu mamá? Una metáfora provocativa pues induce a la vez en el oyente la fantasía del lesbianismo junto a la descripción estructural de la simetría de los miembros de dos subsistemas.
Minuchin atribuía esa competencia suya para crear metáforas gráficas a su capacidad para visualizar las relaciones en las familias. No es casual que su mirada sobre las familias acentuara esos aspectos estructurales y proporcionase una “visión” teórica donde es frecuente observar la presencia de todo tipo de metáforas espaciales que hablan de distancia, proximidad, fronteras, alianzas, coaliciones. Su preferencia por un lenguaje visual y cierto uso de metáforas tomadas de la vida militar constituyen una característica de fábrica de la terapia minucheana.
En una línea parecida, llamamos metáforas prosaicas a las metáforas con que la familia habla de sí misma sin hacer uso de los lugares comunes o tópicos, que pueden estar al alcance de cualquier terapeuta medio. Por ejemplo, hay cierto sesgo en nosotros para utilizar metáforas que creemos cargadas de hondos significados relacionales, pero que acaban siendo topoi o lugares comunes, sin fuerza, sin capacidad de resonancia. ¿Cuántas veces no habremos aludido a que la pareja parental tiene que formar un muro sin fisuras ante el hijo díscolo que se cuela a través de las desavenencias que unos padres pueden manifestar? ¿O habremos invitado a los padres a formar equipo, a trabajar de consuno o comparado a la familia con un equipo que ha de “formar grupo”? Bien intencionadas metáforas que no son útiles porque se parecen demasiado a esas bebidas carbonatadas que, abiertas desde hace tiempo, han perdido la fuerza de sus burbujas y caen sobre las familias desdibujadas y escasamente resonantes.
Las familias, sin darse cuenta de ello, utilizan sus propias metáforas y son estas las que el terapeuta con buen oído y atento debe recoger. No son aún suficientes, pero son el comienzo. No le bastan, pero ha de empezar por ellas. Tomarlas y hacerlas suyas es el primer movimiento en la reasignación de significados relacionales; para después, en un segundo momento, estirar el significado metafórico más allá del sentido compartido entre los miembros de la familia. La metáfora es suya, y es por ello una metáfora que no les resulta extraña y ante la cual no levantan grandes muros de resistencia ni rechazo; que es, en suma, una descripción prosaica (casi nunca muy elaborada literariamente) de sus relaciones, sus capacidades, sus incompetencias, etc. El terapeuta tomará esta metáfora como lo que es y manifiesta: la verdadera creatividad de la familia. Pues con ella se auto-describe, al menos en alguno de sus aspectos, ante el mundo social que los contempla. La metáfora, por ser suya y no creación afortunada del terapeuta (en el mejor de los casos), tienen una resonancia de la que carecen las metáforas al uso, porque entra de lleno en el universo lingüístico con que las familias se explican, hablan de su mundo relacional y se describen.
Pero el terapeuta no se puede conformar con recoger la metáfora y su información concomitante. Este es el primer y necesario movimiento.
Y hay un segundo paso que ya depende de él y que consiste en, por decirlo metafóricamente, estirar de la metáfora y ampliar el círculo de sus posibles significados y, en consecuencias de sus resonancias. Es este segundo momento donde el terapeuta aprovechará para introducir en la metáfora el componente de provocación y reto que le permite ampliar significados al tiempo que cuestiona desde las mismas bases epistemológicas la descripción estrecha (y sabida) que la familia hace de sí misma. Porque no debemos olvidar que nuestro sistema conceptual está formado por metáforas y que es desde él que nos lanzamos a la acción. Por tanto, la metáfora tiene la virtud de cerrar y estrechar o, por el contrario, de abrir las posibilidades de conducta de las personas, al poner en tela de juicio lo ya sabido e introducir nuevos significantes que abren posibilidades nuevas de acción. A través de este recurso indirecto, el terapeuta ofrece a los usuarios posibilidades encerradas en la forma habitual como concibe el mundo el paciente y se lo explica.
Ilustraremos esto con un ejemplo histórico que nos viene ahora a la mente. Erickson contó una vez que en cierta ocasión le visitó un paciente esquizofrénico con delirios místicos en los cuales se reconocía a sí mismo como Jesucristo. El diálogo que estableció con el paciente podría parecerse a este:
PI: Buenas tardes, soy Jesús.
Erickson: Hola, buenas tardes, he oído que es usted carpintero.... Necesito que
me arregle una estantería…
Y lo puso a trabajar, una forma de integrar en la normalidad el contenido latente en el delirio, pues si en efecto creía ser Jesucristo, sin duda habría aprendido el oficio de carpintero de su padre adoptivo, José. Abrió un nuevo cauce de acción que continuaba la lógica que había tras el delirio. Trabajar es más sano que delirar.
Hay aquí ese desafío que contiene la metáfora estirada, ampliada, una suerte de provocación para conseguir otra cosa distinta de la esperada y, por tanto, para producir cambio.
De hecho, la propia etimología de la palabra metáfora nos señala esta cualidad de ir más allá de lo dicho, al producir una traslación entre significados. Meta en griego quiere decir más allá y phrein significa llevar. La metáfora, pues, traslada significados y los lleva más allá. No se debe tomar al pie de la letra, sino en la medida en que indica o señala algo que sólo de esta forma metafórica se puede captar.
Al ampliar el contenido semántico de la metáfora prosaica, el terapeuta desafía al sistema con sus mismas armas, provocando una resonancia más amplia y acaso menos cómoda de la que tenía en la familia en uso de esa metáfora prosaica. Consigue aumentar la intensidad que toda metáfora introduce en una descripción relacional, sin que se le oponga o contrarreste el rechazo o la resistencia que la familia podría presentar ante una metáfora externa o del terapeuta.
“Estrategias para aumentar la intensidad terapéutica”, en REDES, revista de psicoterapia relacional e intervenciones sociales (ISSN 1135-8973), diciembre de 2017, pp. 151-169
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